Me doy cuenta que en los últimos tiempos apenas puedo fijarme en las maravillas de la naturaleza. Y es que parece que ya no haga falta creer en el cielo ni en el infierno, ni en el azar ni en la buena o mala suerte. Tenemos encima una bota gigantesca, a nivel casi mundial, de la que se empeñan en no dejarnos escapar esos cuatro o cinco multimillonarios que han dado en llamar mercados y que campan a su antojo por las viñas de todos, rompiendo lo que les viene en gana, incluido el derecho de las personas a disfrutar de las maravillas que el mundo nos ofrece. O los ignoras y te evades del cataclismo que provocan en bolsas y bolsillos día sí y día también, o te enfrentas al nivel que buenamente puedes y que muchas veces es con la propia INDIGNACIÓN. Es difícil indignarte cada día y al mismo tiempo disfrutar con las cosas buenas que sigue teniendo la vida. Creo que los que saben compaginar ambas cosas son los que realmente están siendo coherentes y también inteligentes. Más aún: son artistas del arte de vivir.
Como a pesar de los años aún soy aprendiza, voy a hacer estos días venideros en que las elecciones van a crispar aún más los ánimos, el ejercicio de mirar cómo las hojas de los árboles pasan del verde veraniego a los ocres y dorados más sublimes. Creo que nos va a hacer falta, a mí y a tantos otros INDIGNAD@S
Como a pesar de los años aún soy aprendiza, voy a hacer estos días venideros en que las elecciones van a crispar aún más los ánimos, el ejercicio de mirar cómo las hojas de los árboles pasan del verde veraniego a los ocres y dorados más sublimes. Creo que nos va a hacer falta, a mí y a tantos otros INDIGNAD@S
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