Por Jaume Grau López
Como si de una pesadilla se tratara, este 2012 hemos asistido a un alud de informaciones sobre un proyecto faraónico que se plantea desde el Gobierno de la Generalitat como una salida a la crisis. [També en català]
Como si de una pesadilla se tratara, este 2012 hemos asistido a un alud de informaciones sobre un proyecto faraónico que se plantea desde el Gobierno de la Generalitat como una salida a la crisis. Eurovegas, un mastodóntico proyecto de casinos y negocios relacionados, se subasta entre Madrid y Barcelona. Su impulsor, Sheldon Adelson, un magnate norteamericano pertenece a la extrema derecha estadounidense y sionista.
Eurovegas es una fantástica metáfora de todo aquello detestable en el sistema capitalista ultraliberal en su fase actual, que precisamente se ha venido a denominar “economía de casino”, porque se basa en la especulación financiera. Si el triunfo de la economía especulativa, la desregulación global de las relaciones laborales, derechos sociales y calidad ambiental nos están llevando a una crisis sistémica donde la mayoría de la humanidad sufre más que nunca, Eurovegas es más de lo mismo. “No se puede solucionar un problema con las mismas medidas que lo han creado”, dijo Albert Einstein.
El proyecto incluiría 6 megacasinos y 12 enormes hoteles, además de grandes zonas comerciales. Desde Aturem Eurovegas se denuncia que este complejo tendrá repercusiones negativas sobre la economía local, graves consecuencias sociales, impactos ambientales, una pérdida de la posibilidad de tener soberanía alimentaria y una fractura democrática inaceptable.
Económicamente, no está claro que un negocio así funcione aquí. Pero, en todo caso, la promesa casi mesiánica de los 260.000 puestos de trabajo ya se ha hundido como un castillo de arena y ahora se habla de unos 15.000. Lo que no tienen en cuenta es que sólo en la agricultura se perderían unos 1.500 puestos de trabajo, y en el sector turístico el impacto podría ser muy negativo dado que el negocio de Las Vegas Sands Co. se hace en los casinos y, por lo tanto, podría ofrecer precios muy bajos, por debajo del mercado, con el objetivo de llenar sus hoteles y hacer rentable el resto de negocios de los resorts: casinos, restaurantes, oferta lúdica, etc.
Socialmente es indiscutible que esta inversión traería lo peor de la subcultura estadounidense, con un fomento de las ludopatías, la prostitución, el tráfico de mujeres, el consumo masivo de drogas y el crimen organizado. Las investigaciones de la justicia de EEUU y Macao contra Adelson sólo hacen que evidenciar lo que ya se conoce: los vínculos estrechos de esta empresa con el crimen organizado.
Ambientalmente, sería catastrófico. El consumo de agua y energía sería superior a una ciudad de medio millón de habitantes, la afectación sobre los espacios protegidos (Red Natura 2000 de la UE), ya sea directa o indirectamente, pondría en peligro la conservación del espacio natural. Además, la pérdida de espacios agrícolas, de gran interés también para la fauna, tendría repercusiones graves. Se alteraría el microclima del Delta del Llogregat y se destruiría el acuífero. Además, perder zonas agrícolas productivas junto a la ciudad es una estrategia suicida para un país, porque pasa a depender de las importaciones que no están garantizadas para el futuro.
Y, por último, ¿es democráticamente aceptable hacer modificaciones legales a medida para un empresario? ¿Cómo puede ser que se planteen hacer inversiones públicas o avalar préstamos bancarios desde el Gobierno, cuando la pequeña empresa, la que genera empleo, se está hundiendo por los impagos y la falta de crédito?
Afortunadamente, la sociedad civil está muy viva y la oposición popular a Eurovegas está empezando a poner a CiU contra las cuerdas. La batalla sigue.